
Por Miguel Cruz Suárez. Cuando la tormenta arrecia y el vendaval desbordado de odio amenaza la obra de todos, es imprescindible preservar lo más valioso. Lo vital no puede sucumbir, porque esconde dentro de sí el alma sagrada de la patria y una mancha allí, una grita, un descuido, resulta imperdonable.
En su alegato histórico ¨LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ¨ Fidel, con esa extraordinaria capacidad de vislumbrar la trascendente, escribió de manera genial: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta!¨ . Él lo sabía, nosotros lo sabemos: Martí, es la esencia y dentro de su mundo inmenso y sabio se ha construido la Revolución.
Los enemigos también lo saben y en sus arremetidas históricas han puesto sobre la imagen del héroe la mira de sus desdenes y las argucias para dejarlo a un lado.
Comprenden que, sin el Martí real, todo podría ser para ellos más fácil y tratan de fabricar otro, más banal, epidérmico, despojado de su última carta a Manuel Mercado y su sentencia firme de que todo cuanto hizo y haría, sería para impedir las ambiciones terribles del imperialismo.
Prefieren a un Martí ultrajado, sobre el cual se sigan trepando los Marines ebrios, capaces de semejante aberración en una república falsa, donde los bustos martianos parecían llorar ante la precariedad y el vicio de los que desgobernaban la nación, y ponían – como blasfemia atroz – su sagrado nombre en los discursos vacíos.
Pero regresando a Fidel, se nos llena el alma de optimismo y hoy parecen contemporáneas aquellas palabras suyas: ¨… su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la Patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!”
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