
Por Marjel Morales Gato. A veces rítmicos, otras descompasados, frenéticos o suaves. El insesante repiquetear de martillos se podía escuchar por toda la ciudad. Ventanas, puertas, huecos o toda clase de vía de ventilación comenzaban a cerrarse al viento, la lluvia y la luz.
Algunos, verdaderos creadores, aseguraban por dentro y por fuera. Palos de escoba, pedazos de madera, trozos de nylon, planchas de aluminio, y hasta improvisadas paredes de ladrillos, se transformaban en parte de las fachadas de las viviendas. Inventadas corazas contra la furia del viento y el agua.
Alguien jocosamente expresaba, en estos días todos somos carpinteros. Pero el miedo y la persepción del peligro, la experiencia de lo vivido en aquel septiembre de 2008 y luego en 2012, hizo que el pueblo aprendiera a temer a la furia de la naturaleza y comprendiera el amargo sabor del desastre y los daños cuando no se toman las precauciones.
Hoy todos volvemos a convertirnos en carpinteros, pero está vez para quitar los “adornos” y regresar a la calma. Otros, carpinteros o no, dan su disposición para extenderle la mano y ayudar en esta hora terrible, a aquellos que soportaron lo peor de la bestia.